miércoles, 25 de mayo de 2016

DESCONFIAR DE LA ESPERANZA



Esta reflexión puntual se inspira en la lectura del último ensayo de Terry Eagleton, Esperanza sin optimismo (Taurus, México, 2016). No es una reseña ni pretende dar cuenta del libro sino poner en tela de juicio el sentido y el alcance político de la noción de esperanza que, en tiempos recientes, ha sido recuperada y colocada en el centro de más de un proyecto partidario en distintas latitudes.

Eagleton, con el humor y la erudición que le son propios, haciendo gala de sus conocimientos literarios, filosóficos y teológicos, desecha el concepto de optimismo y rescata una perspectiva centrada en la esperanza, no sin arreglar cuentas con Ernst Bloch, el filósofo de la esperanza vuelta principio. En medio de su interesante y aguda disertación sobre el tema, es notable y sintomática la ausencia de una evaluación política del concepto. El autor liquida la tensión optimismo-pesimismo de Gramsci en medio párrafo y se refiere a Marx en términos de filosofía de la historia y no al Marx y al marxismo políticos. No obstante, la cuestión vuelve por la ventana y al final del libro, Eagleton se pronuncia contra la “ficción terapéutica” de que “siempre hay oportunidades revolucionarias” (200) y se consuela con la idea de que aun cuando “la justicia no se imponga al final, una vida dedicada a su búsqueda sigue siendo digna de encomio” (201). Otra forma de argumentar el valor de la esperanza sin optimismo.

La cuestión más problemática y polémica relacionada con la defensa y la exaltación del principio esperanza es no sólo política en general sino ligada a la acción política en particular. La noción de esperanza tiene una evidente pendiente pasiva y desmovilizadora originada tanto en su anclaje en la tradición cristiana, de la mano de la fe y la caridad, como en su etimología latina vinculada a la espera, a la confianza, a la fe en lo que vendrá. La palabra inglesa hope tiene igualmente un origen religioso y es definida por Eagleton como “deseo más expectativa” (98). Evoca e implica una actitud contemplativa, ligada a la posible y deseada llegada de un evento emancipador o de un mesías salvador. Sorprendentemente, Eagleton se plantea sólo de paso esa cuestión central, preguntándose si la noción de esperanza tiene un aspecto pasivo y si su opuesto es “la pura autodeterminación” (112), pero sigue inmediatamente, y sin sobresaltos, en su elogio de la esperanza, remarcando que tiene la virtud de que “nos recuerda lo que rehúsa nuestro dominio”; es decir, resulta portadora de humildad (113). Ni una mención a la política, al conflicto y a la lucha.

No se requieren grandes digresiones para sostener que, a contrapelo del razonamiento filosófico de Eagleton y aun asumiendo la incertidumbre respecto a los fines y los medios políticos, no podemos prescindir, ni menos privarnos voluntariamente, de un principio de activación política y relegarnos en una actitud contemplativa, eventualmente fatalista, sin duda despolitizadora y desmovilizadora donde, como dice el refrán popular: la esperanza muere al último.

No por nada desde una perspectiva marxista, incluso en nuestros tiempos desesperanzadores, se reacciona reivindicando e impulsando posturas y actitudes centradas en la lucha, en el antagonismo y en el anticapitalismo, como formas activas, si se quiere, de esperanza militante y combativa, pues hay que desconfiar de una esperanza sin adjetivos y sin sujeto.