domingo, 10 de abril de 2016

La metadona de los pueblos


Carlo Frabetti - El hurón, 20/11/2015

Durante el franquismo, los progresistas sufrían en sus propias carnes los rigores de la represión, y no tenían más opciones que la resignación o la clandestinidad; pero luego al poder le salió más a cuenta comprarlos que reprimirlos, y así, con la autodenominada “transición democrática”, la mayoría de los intelectuales y de los militantes de izquierdas se dejaron estabular dócilmente a cambio de pasto abundante y un pequeño reducto de permisividad en el que retozar. El progresista se cortó la coleta subversiva y se convirtió en progre.

Y se creó un partido político a la medida de este progresista apocopado, un partido de aluvión apresuradamente articulado alrededor de un núcleo pequeño pero prestigioso, combativo pero dentro de un orden. Y en poco, poquísimo tiempo el PSOE se convirtió en la primera fuerza parlamentaria del Estado español, en el principal dique de contención de la verdadera izquierda, en el mayor fraude político de nuestra historia reciente. Y en la coartada perfecta para millones de progres…

Hay muy pocos intelectuales que no hayan vendido su voz o su silencio, y solo uno, entre los grandes, que se atreva a denunciar el criptofascismo reinante (me refiero, obviamente, a Alfonso Sastre). Y los jóvenes revolucionarios de los setenta se han convertido, en su mayoría, en ejecutivos agresivos o funcionarios obedientes. La represión y la caspa del franquismo no han dado paso a la libertad y la dignidad, sino a la seudolibertad del consumismo y la suprema indignidad de la impostura…

Pero la impostura [de los socialdemócratas] es cada vez más difícil de mantener, no solo ante los demás sino también ante sí mismos. Tras la infamia de los GAL y otras manifestaciones flagrantes de fascismo explícito, ya no basta con ser moderadamente tonto para creer que el PSOE es un partido de izquierdas: hay que ser tonto de remate. Ante las pruebas irrefutables, cada vez más difíciles de ocultar, de que la tortura es una práctica sistemática e impune en el Estado español, hay que estar muy desinformado o ser muy obtuso para seguir pensando que esto es una democracia. Y si para algo está sirviendo la actual crisis económica, es para que cada vez más personas se den cuenta de que el poder sigue estando en manos de una oligarquía criminal que, una vez más, pretende que sean las trabajadoras y los trabajadores quienes paguen los platos rotos de un mercado que solo es libre para los ricos.


Se impone, pues, la patraña de una segunda transición, un nuevo “cambio” (recordemos que esta fue la palabra fetiche del PSOE de Felipe González) hacia un capitalismo supuestamente nuevo, un nuevo traje nuevo para el emperador de siempre. Pronto asistiremos -estamos asistiendo ya- a un nuevo Pacto de la Moncloa, a un nuevo acuerdo entre ladrones de guante blanco y bota de hierro…

Si un fascista es un burgués asustado y un progre es un burgués con mala conciencia, ¿en qué se convertirán los asustados progres de la segunda transición?

Esto me preguntaba yo hace siete años, cuando escribí el artículo del que procede la cita anterior (La segunda transición). Y la respuesta que empieza a perfilarse me parece alarmante. Porque muchos progres asustados que en su día pasaron por la fase del “desencanto” y se alejaron del PSOE, están volviendo -dando a veces extraños rodeos- a los establos de la socialdemocracia. Y lo que es peor, mucho peor: algunos auténticos progresistas que nunca se tragaron las mentiras de la seudoizquierda institucional ni aceptaron sus sobornos, parecen hoy dispuestos a comulgar con ruedas de molino y a tomar el relevo de los progres apocopados de los ochenta, cortándose la coleta metafórica o dejándose la de dar el pego.

He dicho alguna vez, refiriéndome a amigos y camaradas muy queridos, como Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria o Iñaki Errazkin, que no estaba de acuerdo con lo que decían pero sí con lo que eran. Ahora no podría repetir esa afirmación en presente de indicativo; ahora tendría que decir: “No estoy de acuerdo con lo que dicen, aunque sí con lo que eran”. Con lo que eran, ya no con lo que son, pues cuando alguien no se limita a desbarrar de vez en cuando (cosa que todos hacemos), sino que cambia de discurso de forma permanente, cambia también de identidad. Cuando Alba Rico (que se jugó el pellejo en Irak como brigadista) dice que la OTAN salva vidas, cuando Fernández Liria y Errazkin se unen a la grotesca farsa de Podemos con argumentos puramente desiderativos (como “Estoy con Podemos tácticamente, seguramente porque soy un viejo escéptico y egoísta, porque la vida se me escapa y quiero ver resultados”), es que algo muy grave está pasando en el más básico y sensible de los frentes anticapitalistas: el de las ideas.

Dicen los idiotas morales -y los idiotas a secas- que quien no es revolucionario a los veinte años no tiene corazón y quien sigue siéndolo a los cuarenta no tiene cerebro. Es exactamente al revés: quien no es revolucionario a los veinte años no tiene cerebro, pues hay que ser un descerebrado total para no darse cuenta de que la explotación de muchos por unos pocos no es ni aceptable ni sostenible; y quien deja de serlo a los cuarenta no tiene corazón, pues se aferra a sus mezquinos privilegios y abandona a su suerte a los desposeídos.

¿Estaríamos mejor con un gobierno de Podemos? Alba Rico, Fernández Liria, Errazkin y yo, seguramente sí. Y un importante sector de la población recibiría una nueva dosis masiva de seudocambio, como en la “transición democrática”, que en el mejor de los casos se traduciría en el efímero bienestar de los estupefacientes; si la religión es el opio de los pueblos, el reformismo es su metadona. Y el rostro brutal del capitalismo se cubriría con una nueva capa de maquillaje, que contribuiría a prolongar su reinado, nuestra agonía.

Mis amigos se sienten viejos y quiere ver resultados, y lo entiendo; pero yo, que soy más viejo que ellos, no quiero ver más traiciones.