viernes, 27 de junio de 2014

Para la formación de la mentalidad insumisa

Las personas, los animales, el medio ambiente, el equilibrio ecológico, el futuro del planeta, nada de eso importa. Lo único que importa son las ganancias del capital, la santificación del libremercado en cuyo nombre se ejerce y legitima toda la violencia necesaria para cumplir los objetivos marcados, violencia que puede ser llevada a cabo a tiro limpio o a través de la opresión, la mentira y la explotación, según convenga o dicten las circunstancias. Y todo ello sin que la mayoría de la masa, de la clase trabajadora, atisbe ni siquiera lo que ocurre realmente, asimilando y justificando el discurso único de la clase dominante. Para algo estas clases dominantes impregnan con su discurso casi todos los aspectos de nuestras vidas desde la primera infancia, introduciéndolo en nuestros cerebros desde las escuelas y a través de los medios de comunicación de masas, las iglesias y la publicidad, con las afirmaciones y los discursos oficiales de políticos, reyes y obispos, banqueros y grandes empresarios, jueces, militares y policías, y toda la caterva de opinadores, periodistas y famosos del show business que a diario plagan los platós de la TV, y cuyo mayor reto a la rebeldía es el llamado a "divertirse", que la vida es loca y hay que disfrutarla.

El problema del mundo que hemos construido es que lo hemos construido para las clases dominantes, sin siquiera plantearnos que sus intereses son diametralmente opuestos a nuestros intereses, solo porque así se nos ha inculcado desde que nacemos. Son siglos y siglos de una dominación cultural que los poderosos han ido perfeccionando y adaptando a los tiempos y al llamado "progreso". Se nos enseña que el rico es rico porque se lo ha ganado (¡trabajando, se nos dice!) y por tanto tiene todo el derecho del mundo a disfrutar de sus ganancias como le plazca y con toda la ostentación que le apetezca, una vida de lujo y derroche que para colmo es exhibida constantemente en la TV y las revistas del corazón sin pudor alguno, como si de una gran virtud humana se tratara, creando en los oprimidos la gran paradoja de que sueñen con ese modelo de vida en vez cuestionarse la existencia de tan irracional e inhumana injusticia. Lo que no se nos enseña es a preguntarnos cómo realmente una persona o sus antepasados se han hecho ricos o porqué una ínfima parte de la humanidad goza de tan inmensos privilegios mientras la mayoría apenas sobrevive con lo justo y otros millones y millones de personas malviven en la miseria o se mueren de hambre. La respuesta, evidentemente, es que la riqueza de las clases dominantes existe gracias a la opresión y la explotación que estas ejercen sobre la mayoría.

El siguiente párrafo del libro de Vicente Romano, "La formación de la mentalidad sumisa", es más que elocuente al respecto: "Los humildes y sumisos, los habitantes de las chabolas, los pobres, en suma, les ponen a sus hijos los nombres de reyes, princesas y famosos. Estas humildes Fabiolas y Sorayas, Luis Felipes y Carlos Albertos expresan la reverencia de los pobres ante la gente fina, cuya distinción se debe precisamente a la existencia de pobres. Las Sorayas y Fabiolas, Carlos Albertos y Luis Felipes, etc., se convertirán en mano de obra no cualificada. Fuera de sus pretenciosos nombres, no hay nada más en sus vidas. En el caso de que trabajen durante toda su vida productiva, su trabajo le producirá al propietario de la fábrica, a cualquiera de los miembros de esas familias famosas de las revistas ilustradas, el dinero suficiente para comprarse un lujoso Mercedes. Una parte de ese Mercedes le faltará a la Soraya, Fabiola o Cristian Gustavo de turno para alquilar una vivienda, amueblarla y pagarse unas vacaciones de descanso. Sus nombres rimbombantes los ridiculizarán mientras vivan."