Tercere artículo de una serie sobre Grecia escritos por el
periodista, escritor e historiador portugués Miguel Urbano Rodrigues,
publicados durante el mes de
junio en varios medios alternativos españoles. Los primeros dos
se pueden
leer en los siguientes enlaces:
Grecia revisitada (I). Syriza sin máscara
Atenas revisitada (II). Grecia mártir, heroica, humanizada
Por Miguel Urbano Rodrigues. Tomado de la página web de Red Roja.
Las Islas Griegas inspiraron a poetas y novelistas célebres que las cantaron y describieron como paraísos terrestres.
Santorini, en las Cícladas, es de aquellos lugares que hombres de Cualquier nacionalidad tienen dificultad en creer que existan.
Estuve allí en Mayo.
La Isla era mucho mayor
hace 35 siglos, cuando un volcán submarino la destruyó. Casi la mitad se
hundió en aguas profundas. La parte que quedó (93 km2) tiene la forma
de una media luna irregular. En el centro de la bahía emergió de
erupciones posteriores un islote negro en cuya cumbre se abren cráteres
de un volcán actualmente adormecido.
Durante muchos siglos,
la nueva isla ha sido inhabitable. Pero gentes del Arcuipiélago,
atraídas por su belleza, se fijaron en ella. Con el paso del tiempo,
lavas y cenizas se transformaron en tierra fértil donde fueron plantadas
viñas que producen un vino digno de los dioses del Olimpo.
Por allí pasaron griegos, bizantinos, árabes, turcos, cruzados, venecianos.
La población autóctona ronda hoy las 15 000 personas. Pero la Isla es invadida permanentemente por densas hordas turísticas.
En el lado que da a la
bahía, un escollo rocoso se alza abruptamente sobre el mar a una altura
que oscila entre los 200 y los 300 metros.
Aldeas con la blancura
de las alentejanas anidan, encastilladas, junto a precipicios terribles.
El caserío desciende por los acantilados – hoteles, restaurantes,
tiendas, cafés, residencias encaramadas (modestos palacetes) - en
equilibrios que asustan. Caminé por dos, Fira y Oia. Recordadas,
desfilan por la memoria como creaciones humanas en apariencia
imposibles.
En la costa este, el
altiplano desciende suavemente para morir en el mar. En playas de arenas
negras, de lavas deshechas, el mundo turístico exhibe su rostro siglo
XXI.
Pero Santorini ofrece
también al forastero una extraña ciudad muerta, que nació y murió en el
extremo sur de la Isla a doscientos metros de las aguas azules del Egeo.
Akrotiri se llama. Excavaciones recientísimas, emprendidas con la
técnica de la más avanzada arqueología griega, arrancaron allí del suelo
volcánico las ruinas de unas ciudades prehistóricas donde floreció una
civilización de raíz minoica de la edad de bronce tardío.
Me imaginé en el siglo
XVI antes de Nuestra Era, al contemplar las calles, las casas, las
plazas, tallas que recuerdan a las alentejanas, el mobiliario, las
esculturas y los frescos (hoy expuestos en el museo de Fira) de una
civilización desaparecida.
¿Cómo sintetizar la emoción del descubrimiento de Santorini?
Aquella Isla mágica me
hizo viajar durante cuatro días por la olvidada capacidad del hombre
para crear formas de vida, y culturas contradictorias, en el planeta
Tierra.
REGRESO A LA ACRÓPOLIS
Recostado en el mármol
frío de una columna de los Propileos coronada por un capitel dórico, mi
pensamiento ascendió por el tiempo y volví a verme a mí mismo en 1953,
sentado en las gradas del Partenón, contemplando Atenas.
Semanas después escribí
un artículo sobre Grecia en el Diario de Noticias. De él nada recuerdo.
Pero sé que no estaba preparado para comprender aquello que veía.
Desde entonces acumulé conocimientos y cambié mucho mi perspectiva sobre la aventura del hombre en la Historia.
La Acrópolis fue tocada
por múltiples obras de restauración, la escalinata de acesso a los
Propileos no existía, la imagen del Partenón es otra, y la Grecia del
año 2015, un país entonces inimaginable.
En los Propileos es hoy otra mi meditación.
El Tiempo no se detuvo,
nunca se detiene, pero abrazando con la mirada parcelas de la Acrópolis,
siento que los templos erguidos en la pequena planicie que corona aquel
paredón rocoso transmiten mensajes permanentes de una cultura que marcó
decisivamente el caminar maravilloso y trágico de la humanidad.
Viajando por 25 siglos,
intento imaginar la Atenas destruída por el persa Darío y reconstruída
por Pericles, el gran heleno a quien debemos el Partenón, el estadista
que fue arquitecto de la muy citada democracia griega, antítesis de las
tiranías coetáneas, pero que era, al fin y al cabo, la dictadura de una
clase aristocrática que oprimía a la abrumadora mayoría, privada del
derecho de voto y de muchos otros.
UNA BURGUESÍA ARROGANTE ENEMIGA DE LOS TRABAJADORES
El ditirambo a Grecia
como «patria de la democracia», tradicional en los políticos e
intelectuales neoliberales de la Unión Europea y de los Estados Unidos,
es hipócrita, y tergiversa la Historia.
Grecia fue el primer
país de los Balcanes en liberarse del yugo otomano. Pero el sujeto de la
insurrección victoriosa fue el pueblo y no la burguesía.
Ya durante la ocupación
turca, se había formado en el país una próspera burguesía que se
expandió tras la independencia. Esa clase nada tenía de democrática. La
instalación de la monarquía, implantada
con el patrocinio de Inglaterra, de Austria, de Francia y de Rusia,
favoreció los intereses de esa burguesía que colaboró siempre con los
reyes ( de origen extranjero) y el imperialismo.
La lucha de clases se
acentuó a partir del inicio del siglo XX. Es significativo que el
Partido Comunista de Grecia haya sido, tras el búlgaro, el primero en
surgir en Europa, ello después de la Revolución Rusa de Octubre de 1917.
Durante la II Guerra
Mundial, las capas más influyentes de la burguesía colaboraron con los
ocupantes fascistas y posteriormente se aliaron con los ingleses en la
feroz represión desencadenada contra el Ejército Democrático de
Liberación Nacional- ELAS.
Enemigos de la
democracia y de la clase trabajadora fueron obviamente los armadores
multimillonarios que controlaron (y controlan) la marina mercante
griega. Dos de ellos, Onassis y Niarkos, se convirtieron en figuras
veneradas por la llamada jet-set internacional. Ejemplifican bien la
afirmación de Marx de que el capital no tiene patria.
La perversión
desinformadora del sistema mediático internacional no puede ocultar la
realidad: quien en Grecia a lo largo del tiempo peleó por la democracia
fue la clase trabajadora. La burguesía fue siempre incompatible con sus
valores y principios.
LO EFÍMERO Y LO PERMANENTE
Desde el lugar donde me encuentro veo el Partenón y el templo de Atena, pero no el Erectéion.
¿Qué es lo que sentirían
los atenienses al participar en la procesión de las Grandes Panateneas,
en la Acrópolis, cuando los templos de la colina sagrada eran un
festival de colores?
Sempre tuve dificultades
para valorar la actitud de los antiguos griegos ante la religión. Su
mitología, con más de 3.000 divinidades, es fascinante. Pero ¿qué
significaban para ellos los dioses? Incluso Alejandro recurría a
sacrificios. ¿Creería en ese ritual y en su origen divino?
Lo que en la Acrópolis
quedó de múltiples agresiones que la afectaron a lo largo de los siglos
es aún deslumbrante. La última fue el bombardeo por los ingleses, tras
la II Guerra Mundial. Pero el esfuerzo de imaginación no permite
atravesar el tiempo y contemplar lo que «aquello» fue, los monumentos y
los hombres que los concibieron.
Recorrí con lentitud los
salones del Museo de la Acrópolis. No creo que exista en el mundo museo
semejante. Me detuve en meditación en la galería que exhibe piezas de
los frisos de los Frontones del Partenón. Algunas, pocas, son originales
encontrados en las excavaciones –la mayoría son réplicas de los frisos
robados por Lord Elgin, el magnate-pirata inglés que los llevó a Londres
y se los ofreció al British Museum, donde se encuentran aún-.
Reflexioné allí sobre
los giros de la Historia. Cuando los bretones de la futura Inglaterra
aún vivían en cavernas y cabañas, la ciudad-estado de Atenas, en la
Península del Ática, acumulaba saberes que anunciaban una civilización
llamada a cambiar el rumbo de la Humanidad Occidental.
En vísperas de una saga
inesperada, Atenas enfrentó un enorme desafío para sobrevivir. Cuando
Temístocles y Milcíades derrotaron a los invasores persas, Grecia entera
era un pequeño país comparada con el imperio del Rey de Reyes.
Las victorias sobre Darío y Jerjes fueron el prólogo de lo que parecía imposible. El pigmeo venció al gigante.
Transcurrido un siglo,
un príncipe de Macedonia, estadista y general superdotado, atravesó el
Helesponto y llevó la cultura griega al corazón de lo que de Asia se
conocía. Póleis helénicas surgieron en las remotas estepas de la
Bactriana, junto a los picos nevados del Pamir. Alejandro habrá sido el
primer gobernante en concebir la idea del Estado Universal.
UN ARTE MARAVILLOSO E INNOVACIONES REVOLUCIONARIAS EN LAS CIENCIAS
Caminando por el Museo
de la Acrópolis, acariciando con la mirada esculturas de Fidias y
Praxíteles y decenas de estatuas de dioses y diosas del panteón griego,
me sentí invadido por una certeza que contrariaba la lógica aparente de
las cosas.
Trabajando los mármoles
del Pentélico hace 25 siglos, los artistas de la época alcanzaron un
nivel de perfección, armonía y rigor casi insuperable. Sólo después de
siglos de relativa oscuridad, serían igualados en la Italia renacentista
por los grandes maestros de Florencia y Venecia.
La revolución en las
artes, introducida por un pueblo tan pobre de recursos naturales, fue,
por cierto, acompañada por una revolución científica. En la filosofía,
en las matemáticas, en la geometría, en la geografía, en la astronomía,
en la medicina, Grecia fue precursora de innovaciones científicas
prodigiosas. Los materialistas griegos, Epicuro y Demócrito, inspiraron a
Marx en la formulación del materialismo histórico.
De Heródoto se dice que
fue el padre de la Historia. Yo pienso en Jenofonte, en su Anábasis,
para mí, libro de cabecera desde la juventud.
***
Me encantó en los
últimos dias caminar largos kilómetros por las calles de Atenas, en una
despedida de la ciudad revisitada. Sabía que no volvería. Pero esa
certeza dolorosa era atenuada por el sentimiento de admiración por el
pueblo griego.
La crisis no apagó en él
la alegría de vivir, la confianza de que el sol volverá a brillar al
final del túnel, tal como ocurrió en muchas otras crisis de su dramática
historia milenaria.
En el hombre y en la mujer griegos se trasluce una cultura profunda, invisible, que no se confunde con la instrucción.
El campesino de pocas
letras ha acumulado allí -en la corriente de muchas decenas de
generaciones-, una serenidad, un coraje, una tenacidad, transmitidas por
la espantosa aventura de sus antepasados, una sabiduría combativa que
nos hace amar a los héroes de la Ilíada.
Contemplando la Acrópolis, siento que ella ayuda a comprender al pueblo griego y a la Humanidad.
Atenas, Junio de 2015