jueves, 15 de diciembre de 2016

¿Estamos (casi) todos tontos o qué?

Sobre lo que está ocurriendo en Alepo, la nueva guerra mediática desatada por las redes sociales y los medios de comunicación occidentales contra Siria y Rusia, y la actitud de la mayoría de la población con respecto a tal guerra mediática.

La mentira y la manipulación de los gobiernos "democráticos" y los grandes medios occidentales de comunicación de masas no tiene límites, ni lógica que sostenga sus afirmaciones. ¿Qué sentido tendría la hipotética masacre contra su pueblo de que se acusa al gobierno sirio? Los civiles de Alepo no son responsables de que la ciudad fuera atacada y tomada hace más de cuatro años por los grupos terroristas made in USA. ¿Porqué el gobierno de Bashar al-Ásad iba a tomar las supuestas atroces represalias contra la población civil de Alepo, como se está lanzando sistemática y orquestadamente a los cuatro vientos, y que millones de personas comparten acríticamente sin plantearse ni siquiera una mínima duda sobre su veracidad. ¿Y que carajo ganaría además Rusia con ello?

¿Vamos a creer lo que nos cuentan los mismos medios y gobernantes occidentales que una y otra vez mintieron descaradamente y manipularon, de la misma forma que ahora pero sin apenas redes sociales de por medio, a la opinión pública mundial sobre, por ejemplo, las "armas de destrucción masiva" que "poseían" Sadam Hussein y "su régimen" (calificativo usual que se le da a los gobiernos de los estados que se quiere atacar o que no se dejan doblegar por el moderno neocolonialismo imperialista, desde Cuba o Venezuala hasta Irak, Libia, Siria...), y que resultaron ser un enorme montaje? Mentiras y manipulación que se usaron para justificar la invasión de Irak por el ejército de EEUU y sus aliados vasallos de la OTAN, entre los que se cuenta España, la terrible guerra que le siguió, que ha provocado entre cientos de miles y más de un millón de muertos según diversas fuentes, dejando un país arrasado que no ha conocido más la paz desde 2003, instalando a gobiernos títeres en un estado disminuido y provocando una nueva guerra heredera de la anterior, alargada y recrudecida por la entrada de los ejércitos terroristas islamofascistas de Al-Qaeda, Estado Islámico o ISIS, Dáesh y cualquiera de sus facciones, financiados y apoyados por el imperialismo occidental para ejecutar la invasión y la guerra de Siria, como han reconocido incluso miembros de los últimos gobiernos norteamericanos.

¿Realmente alguien puede afirmar que el mundo ahora "es más seguro sin Sadam Husein" como afirmaba el genocida y criminal George W. Bush, cuyas gracietas le reía alegremente el infausto ex-presidente español José María Aznar, que le sirvio de fiel comparsa y correveidile imperial, alcanzando su momento de mayor esplendor en la fatídica y tristemente famosa imagen del 'Trío de las Azores', junto a Bush, Tony Blair y Durão Barroso, ilustre anfitrión de tan poco musical y nefasto trío? ¿O se puede creer que el mundo también es más seguro sin Gadafi? ¿Acaso no conocemos las consecuencias de la malllamada revolución libia y la consiguiente invasión, perdón, ¡guerra humanitaria! de la OTAN, que asímismo dejaron un país arrasado y con un estado fallido, aún en disputa entre los distintos grupos terroristas puestos sobre el terreno en su momento, y cuyo modelo de guerra es prácticamente el mismo que se ha ejecutado en Siria, aunque con menos "éxito" para sus organizadores, que es precisamente por lo que están lanzando esta masiva batalla mediática contra la liberación de Aleppo a la que nos están sometiendo? ¿Sería el mundo más seguro sin el presidente sirio Asad, elegido democráticamente por su pueblo? ¿Alguno de estos países alguna vez ha organizado, o siquiera mencionado, alguna tentativa de invadir militarmente nuestra sacrosanta Europa o a los EEUU, amenazando nuestros tan cacareados "valores occidentales" y seguridad? ¿No será más bien lo que sí proclama el terrorismo islámico extremista en nómina del autoproclamado policía mundial, el que decide arbitrariamente que gobiernos son buenos y a cuáles hay que eliminar?

¿Es que la gran mayoría de los habitantes de Europa y EEUU están tontos o qué? ¿Es que no son ustedes capaces de hacerse cuatro preguntas ante la masivas y sistemáticas guerras mediáticas a las que somos sometidos cada dos por tres? ¿Es que no pueden dejar de dar pávulo a tanta "noticia" prefabricada, que son las mismas en todos los grandes medios corporativos de comunicación, o dejar de creerse y redifundir sin ton ni son, y sin dudarlo, las oleadas de vídeos que con los mismos mensajes inundan las redes sociales en momentos puntuales y son compartidas por millones, como ya ocurrió también cuando el intento golpista en Venezuela y las famosas guarimbas? ¿Es que es precisamente cuando se vislumbra el posible fin de la guerra en Siria cuando hay que "exigir la paz"?

¡Ya está bien! A ver si nos vamos haciendo algunas preguntas de vez en cuando y dejamos de creernos a pies juntillas la homogénea información que nos "ofrecen" todas las cadenas de TV y los "grandes" periódicos españoles, que se supone que vivimos en la época con mayor posibilidad de acceso a la información y de menor analfabetismo de la historia. Si se buca un poco también se encuentran vídeos que desmienten u oponen otros datos, otra información, a la mayoritariamente circulante. Aquí les dejo algunos que muestran otra perspectiva y realidad sobre la situación en Alepo. El primero está en inglés por lo que lo he traducido debajo.

Sobre los "mensajes finales" desde Alepo. Siria:



Traducción:

Presentadora: "Mensajes finales están saliendo de Alepo, Siria. Están tomando las redes sociales simultáneamente como un aluvión. Casi parece una campaña de relaciones públicas (marketing) coordinada."

Vídeos de muestra:
  • "No hay sitio donde ir... son los ULTIMOS días."
  • "Este puede ser mi ULTIMO vídeo."
  • "Esta podría ser quizás o con seguridad la ULTIMA comunicación."
  • "Esta es la ULTIMA vez que os hablo."
Presentadora: "Pareciera que están esperando que estos últimos mensajes se hicieran virales y fueran recogidos por los medios dominantes."

Vídeos de muestra:
  • "Bombas bomas están por todas partes. La gente corre, no saben hacia dónde. Solo corren."
  • "Estamos aquí viviendo literalmente un genocidio."
  • "La gente es ejecutada, tan simple como eso."
Presentadora: "Casi parece que ellos solo son civiles inocentes, sin mensaje, ni estrategia, ni política. Solo gente simplemente luchando por su vida. Un día diciendo adiós al mundo en las redes sociales, al otro día dando entrevistas en la BBC, CNN y AL JAZEERA. Todo en horario de máxima audiencia.

Bueno, no lo son. Son activistas. Algunos de ellos se unieron recientemente a Twitter y apoyan claramente la "revolución". Tienen miles de seguidores. Algunos se proclaman periodistas y están verificados por Facebook, como Bilal Abdul Kareem, un norteamericano que no tiene problemas en difundir propaganda de Al-Nusra. Ya saben, los "rebeldes".

Este tío es un miembro de los Cascos Blancos, que fueron fundados por un ex-oficial del ejército británico y financiados con millones por los EEUU y el Reino Unido.

Y luego está la niñita llamada Bana. También se unió a Twitter no hace tanto, en septiembre. Su cuenta también está verificada y tiene más de 200.000 seguidores. Bana tiene siete años y tuitea en perfecto inglés desde el corazón de la zona Este de Alepo con algo de ayuda de su mamaíta. Por supuesto ella también tenía un mensaje final justo a tiempo.

Entonces, ¿qué tiene toda esta gente en común? Ellos quieren que TU pienses que solo existe una cara de esta historia. Una verdad. Que Assad está yendo aleatoriamente de ciudad en ciudad asesinando a su propio pueblo por alguna descabellada razón con la ayuda de RUSIA, aunque el mundo entero está asistiendo a cada paso. Ellos quieren que tú pienses que estos civiles que salen masivamente de Alepo están huyendo del genocidio cometido por el ejército sirio. Y aquellos que celebran en las calles están bailando sobre las tumbas de niños ... mientras los rebeldes infiltrados en Al-Qaeda están defendiendo valiente y heroicamente a los civiles del Este de Alepo. La cuestión es: ¿TU compras esto (te lo crees)? Porque millones de personas lo hacen."

Una periodista destapa en la ONU las mentiras de Occidente sobre Siria:


EE.UU.: ¿Alepo? No vimos nada:



La Paz se pide siempre, señoras y señores, no únicamente cuando una guerra puede estar alcanzando su final gracias a una victoria estratégica del ejército del país agredido y con a la ayuda externa solicitada por el gobierno legítimo de ese país. Porque si no se corre el peligro de convertirse, consciente o inconscientemente, en comparsa o tonto útil de quienes provocan las guerras. La paz se pide siempre, y se lucha por ella, para empezar siendo conscientes de porqué se producen la inmensa mayoría de las guerras y denunciando cualquier agresión a un estado soberano cometido por otro, donde y como se pueda. Los motivos de tales agresiones son siempre los mismos: son motivos económicos que persiguen hacerse con el territorio, los recursos naturales e incluso la fuerza de trabajo semiesclava de los países agredidos, ampliando el imperio económico del estado agresor y, en el imperialismo moderno, de las corporaciones capitalistas a quienes representa.

El capital, que como escribió Carlos Marx hace un siglo y medio, llegó al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza, ha demostrado con creces ser la máquina de matar más salvaje, sanguinaria y en contínuo proceso de perfeccionamiento de sus criminales métodos que haya existido jamás y ojalá no vuelva a existir en la futura historia de la humanidad. Eso, si es que a la parte de la humanidad trabajadora aún menos desfavorecida todavía nos quedan arrestos para luchar por labrarnos una historia futura de verdadera paz, emancipación humana, y colaboración y armonía colectivas, que la parte menos favorecida ya tiene suficiente con sobrevivir a las guerras, a la miseria y a la explotación y expropiación más brutales. Quizá por eso mismo suele ser también la parte de la humanidad más luchadora. Por su parte, EEUU, paradigma del capitalismo moderno y del imperialismo de los monopolios, ha demostrado ser la potencia más agresiva y letal de los últimos 70 años, inmersa constantemente en guerras a lo largo y ancho del planeta, ya fuera con el beneplácito o la participación directa o indirecta de sus satélites europeos y de todo tipo de aliados o lacayos locales, según la zona en disputa. ¿Vamos pues a seguir creyendo sus mentiras y dejándonos manipular como marionetas, contribuyendo consciente o inconscientemente, activa o pasivamente, a la guerra? Lo dejo a la conciencia de cada cual.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Santiago Alba Rico, agente vulgar del imperialismo

El ideólogo podemita Santiago Alba Rico es pacifista cuando y para lo que conviene a los intereses imperialistas de EEUU y su franquicia de la UE, dedicándose desde ya demasiados años, por activa y por pasiva, a apoyar y alentar las famosas "primaveras árabes" y a los supuestos "rebeldes" que, con la ayuda de la OTAN y las llamadas democracias occidentales, van dejando su reguero de guerra, muerte, terrorismo islamofascista, destrucción, refugiados, acumulación por rapiña y estados fallidos allá por donde son incorporados al juego geoestratégico por los tecnócratas y estrategas del orden mundial imperialista marca USA. Con sus infalibles frases de análisis geopolítico del tipo "Habrá que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente, que la OTAN vaya a invadir Libia" o sentencias como "No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi", Alba Rico ya se ha labrado todo un lugar de honor en el panteón de los agentes imperialistas, curiosamente alimentado tan eficazmente por la cantera del (pos)moderno trotskismo internacional, destinados a crear confusión entre las filas de la progresía decrecientemente identificada con los valores de lo que se venía llamando izquierda, —o ni-de-izquierdas-ni-de-derechas, que es lo que se lleva ahora— y ayudar a aumentar enormemente la "opinión pública" favorable, o cuando menos no opuesta a todo tipo de intervenciones militares que, en nombre de la "libertad" (de comercio) y la "democracia" (que la sustenta), alimentan la infatigable voracidad del capitalismo occidental por adueñarse de cuanto territorio, recursos naturales y esclavitud asalariada a mínimo coste aún escapan a su control en el planeta Tierra, a la vez que favorecen los pingües beneficios de la todopoderosa y criminal industria armamentística que parece vivir una interminable edad dorada.


La última aportación de este inimitable "filósofo" ha consistido en lamentarse por la toma de la zona este de Alepo por el Ejército Árabe Sirio, ayudado por Rusia, con la consecuente expulsión del Frente Islámico y los demás grupos terroristas afines, y la evacuación de civiles de los barrios liberados, tras más de cuatro años de guerra devastadora y especialmente encarnizada en esta ciudad. Más de cuatro años desde que los ejércitos y grupos "rebeldes", entrenados, armados y financiados por EEUU, Turquía, Arabia Saudí y, directa o indirectamente, por otros estados árabes y europeos cómplices, comenzaron sus ataques sobre la ciudad en 2012.



Evidentemente la conciencia de Santiago Alba Rico no es que tenga hueco para albergar holgadamente a la castigada ciudad de Alepo, como parece querer acusarnos a todos los que desde un principio no hemos tragado con la versión oficial que establece que hay que apoyar a todo "movimiento rebelde" que se enfrenta a los estados cuyos gobernantes, tachados por la omnipresente propaganda capitalista como dictadores de los que hay que liberar a la humanidad, no se alinean política e ideológicamente bajo el bloque capitalista occidental y se niegan a ceder a su colonización industrial y comercial, atreviéndose a aspirar a una cierta independencia económica, política y cultural. Lo que pasa es que su conciencia no tiene sitio para ninguna de las víctimas de Alepo o de las demás guerras que se suceden, porque simplemente carece de ella. Las consecuencias de tan sabia y humana política están a la vista de quienes quieran informarse activamente, y en los últimos decenios no han dejado de sembrar el terror y la destrucción por todos los paises que no se doblegaban a los intereses del imperialismo comandado por los EEUU y/o que resultan importantes enclaves geoestratégicos para esos mismos intereses, especialmente en su perpetua confrontación contra la antigua URSS y la actual Rusia que, como China, no podemos olvidar que son asímismo potencias capitalistas que defienden sus propios intereses, aunque puestos en una balanza, con significativa menor belicosidad. Es curioso que la propaganda anticomunista, a la que de forma tan mezquina y mal disimulada se adhiere Alba Rico, siga tan presente tras casi treinta años desde la disolución del bloque soviético y cuando apenas quedan países que se puedan considerar socialistas. Es todo un aliciente que al capitalismo le siga provocando tanto pavor la idea del comunismo.

Las guerras de Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Ucrania o Yemen, país masacrado por una guerra ocultada por las cadenas de TV y la prensa de los dominantes medios de comunicación ocidentales dirigidos por unos pocos conglomerados de la desinformación y la pseudocultura prefabricada y homogeneizadora, con sus millones de víctimas y desplazados, son consecuencia directa de la política imperialista de EEUU, al igual que antes lo fueron la guerra de Vietnam o la larga lista de golpes y dictaduras militares sufridas por el continente latinoamericano. Guerras que de modo subrepticio pero en el fondo tan alegremente avala el susodicho "filósofo", haciendo el doble juego de quien aparenta tener una posición desde la que también se "atreve" a "criticar" dicha política imperialista mientras defiende los "levantamientos populares" que supuestamente buscan "revoluciones democráticas" (S.A.R. dixit) que no tardan en demostrarse, por los grupos que los integran, su ideología de corte fascista y abiertamente fanático-religiosa, y su crueldad, como todo menos democráticos, además de estar organizados, armados y financiados, incluso apoyados con intervención miltar directa, por los mismos imperialistas a los que se simula criticar. Cuando alguien, desde una posición de "experto analista" hipotéticamente de izquierdas, se permite decidir y señalar a qué gobierno de según qué país hay que derrocar en nombre "de la democracia" y en consonancia con los deseos del mayor agresor imperialista de los últimos 60 años, demuestra más bien encarnar lo que Fidel Castro llamó instrumento vulgar del imperialismo y la reacción. Ocurre que como simple instrumento se puede ser usado en manos de quién lo maneja sin ser realmente consciente de las consecuencias, pero cuando la labor de títere propagandístico se ejerce conscientemente, se acaba uno convirtiendo en agente, ya no solo vulgar, sino que miserable, del imperialismo.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El trotskismo: instrumento vulgar del imperialismo y la reacción

Parte del discurso pronunciado por Fidel Castro en la clausura de la Primera Conferencia de Solidaridad de los pueblos de Asia, Africa y América Latina (Tricontinental), en el Teatro Chaplin, La Habana, el 15 de enero de 1966.


Y los imperialistas yankis contra nosotros no sólo han usado el bloqueo económico, no solo han usado las agresiones armadas, no solo nos han amenazado mortalmente en determinadas circunstancias, no solo han perpetrado contra este país todo tipo de sabotajes, filtraciones de espías, ataques piratas, sino que el imperialismo yanki ha acudido contra nuestro país a armas más sutiles, como son las armas de la propaganda y de la calumnia.  Y no solo eso, sino que el imperialismo yanki y sus agentes han tratado de destruir el prestigio de la Revolución Cubana, han tratado de presentar a la Revolución Cubana al margen de las luchas revolucionarias de este continente, y han tratado —de la manera más vil y más calumniosa— de desacreditar a la Revolución.  Y se han valido de todos los medios, se han valido de todos los hechos, se han valido de todas las armas.

Desde luego que a los imperialistas les interesaría una discusión en concreto de estos problemas; a un irresponsable cualquiera, a un charlatán cualquiera, a un fantoche cualquiera, no le importa afirmar cualquier irresponsabilidad, cualquier calumnia.

Bien es sabido que solo al enemigo le interesaría de qué forma se lleva a cabo en la práctica esa palabra que se llama solidaridad, no solo con los pueblos revolucionarios de este continente, sino de todo el mundo.

¿Pero qué ha ocurrido?

Hay un hecho que voy a tomar como ejemplo para demostrar cómo trabaja el imperialismo y sus agentes, y que es un hecho extraordinariamente interesante. Me refiero a la campaña realizada por el imperialismo yanki y sus agentes en relación con la partida de nuestro compañero Ernesto Guevara. Creo que este es un asunto que hay que “tomar por los cuernos” para esclarecer algunas cosas.

El compañero Ernesto Guevara, unos cuantos revolucionarios de este país y unos cuantos revolucionarios fuera de este país saben cuándo salió, qué ha estado haciendo en este tiempo y, desde luego, los imperialistas estarían muy interesados en saber, con todos los detalles, dónde está, qué ha hecho, cómo lo hace y, desde luego, al parecer no lo saben y si lo saben lo disimulan mucho.

Pero, desde luego, estas son cosas que el tiempo, cuando las circunstancias lo permitan, permitirá su esclarecimiento.  Pero los revolucionarios no necesitamos esos esclarecimientos; es el enemigo quien se vale de estas circunstancias para tratar de intrigar y para tratar de confundir y para tratar de calumniar.

El compañero Guevara se unió a nosotros cuando estábamos exiliados en México, y siempre desde el primer día tuvo la idea, claramente expresada, de que cuando la lucha terminara en Cuba, él tenía otros deberes que cumplir en otra parte, y nosotros siempre le dimos nuestra palabra de que ningún interés de Estado, ningún interés nacional, ninguna circunstancia, nos haría pedirle que se quedara en nuestro país, obstaculizar el cumplimiento de ese deseo, o de esa vocación. Y nosotros cumplimos cabal y fielmente esa promesa que le hicimos al compañero Guevara.

Naturalmente que si el compañero Guevara iba a salir del país, era lógico que lo hiciera clandestinamente, era lógico que se moviera clandestinamente, es lógico que no haya estado llamando a periodistas, es lógico que no haya estado dando conferencias de prensa, es lógico que, dadas las tareas que se propuso, debiera hacerlo en la forma en que lo hizo.  Y, sin embargo, cuánto provecho han tratado de sacar los imperialistas de esta circunstancia y cómo lo han hecho.

Es por eso que yo traje algunos papeles. No se vayan a asustar ustedes pensando que les voy a leer todos los papeles que aquí hay, solo les voy a leer algunas cosas, porque aquí está lo que han escrito todos los periódicos imperialistas y burgueses con relación al caso del Comandante Guevara, lo que han escrito los periódicos de Estados Unidos, sus revistas, sus agencias cablegráficas, los periódicos burgueses de América Latina y de todo el mundo. Y vamos a ver quiénes han sido precisamente los principales voceros de la campaña imperialista de intriga y de calumnia contra Cuba con relación al caso del compañero Guevara. En primer término, ciertos elementos que han sido utilizados en las últimas décadas de manera constante contra el movimiento revolucionario.

Y así, si ustedes me dan un poquito de tiempo, entre tantos datos voy a buscar uno muy interesante.

¡Ah, lo encontré! Es un cable de la UPI de diciembre 6 de 1965 que dice: “Ernesto Guevara fue asesinado por el Primer Ministro cubano Fidel Castro por orden de la URSS —declaró Felipe Albaguante, jefe de los trotskistas mexicanos en declaraciones a “El Universal”.  Agrega que el Che fue liquidado por insistir en poner a Cuba en la línea china.

Esto, naturalmente, venía a tono con una campaña que comenzaron a desatar los elementos trotskistas en todas partes simultáneamente.

Y así, con fecha octubre 22, en el semanario “Marcha”, se publica un artículo en que un conocido teórico del trotskismo, Adolfo Gilly, afirma que “el Che salió de Cuba debido a discrepancias con Fidel por el conflicto chino-soviético y que el Che no pudo imponer su opinión en la dirección.” Dice que “el Che, en forma confusa, propugnaba la extensión de la Revolución al resto de América Latina, en oposición a la línea soviética.”  Dice que “la dirección cubana está dividida entre un ala conservadora, que incluye a viejos dirigentes del PSP, los partidarios del Che, y Fidel y su equipo en una posición de oscilación centrista conciliadora”. Dice que “el Che salió de Cuba por carecer de medios para expresarse y que Fidel temió enfrentarse a las masas para explicar el caso Ché”.

Este mismo teórico del trotskismo el 31 de octubre de 1965 como reportero de “Nuevo Mundo”, un periódico italiano, escribe un artículo calificando a la dirección cubana de “filosoviética” y acusando a Fidel de “no haber explicado políticamente al pueblo lo ocurrido con el Che”.  Dice que “el Comandante Guevara fue derrotado por el PSP y el equipo castrista”; critica al Che por “no haber llevado a las masas la lucha por imponer su tesis” y concluye que “el Estado cubano, paralizado por su propia política, no apoyó abiertamente a la revolución dominicana”. Y sobre esto me voy a referir más extensamente un poco más adelante.

En el número de octubre de 1965, el periódico “Batalla”, de los trotskistas españoles, declara que “el misterio que rodea el caso del Che Guevara debe ser aclarado”. Dice que “amigos del Che suponen que la carta leída por Castro es falsa y se preguntan si la dirección cubana se orienta hacia una sumisión a la burocracia del Kremlin”.

Por la misma fecha aproximadamente, el órgano oficial trotskista de Argentina publica un artículo en el que asegura que el Che está muerto, o preso en Cuba. Dice que “entró en conflicto con Fidel Castro por el funcionamiento de los sindicatos y la organización de las milicias”. Agrega que “el Che se oponía a la integración del CC con los favoritos de Castro, especialmente oficiales del ejército, seguidores del ala derecha de Moscú”.

Pero uno de los escritos más sucios, más groseros y más indecentes es el que escribió el dirigente del Buró Político Latinoamericano de la Cuarta Internacional en el periódico “Lucha Operaria”, de Italia. Sobre este artículo, largo por cierto, solo voy a leer tres párrafos. Empieza diciendo:

“Un aspecto de la agudización de la crisis mundial de la burocracia es la expulsión de Guevara. Guevara ha sido expulsado ahora, no desde hace ocho meses. Ocho meses ha durado la discusión con Guevara y no han sido ocho meses que pasaron bebiendo café, han luchado duramente y quizás ha habido muertos, quizás se ha discutido a golpes de pistola. No podemos decir si han matado o no a Guevara, pero existe el derecho a suponer que lo hayan matado. ¿Por qué Guevara no aparece? No lo han presentado en La Habana por temor a las consecuencias, a la reacción de la población, pero en definitiva, al esconderlo, producen el mismo efecto. La población dice: ¿Por qué Guevara no sale, no aparece? No hay ninguna acusación política, existen elogios políticos en relación con él. ¿Por qué no han presentado a Guevara? ¿Por qué no ha hablado? ¿Cómo es posible que uno de los fundadores del Estado obrero cubano, que hasta hace poco tiempo recorría el mundo en nombre del Estado obrero, imprevistamente diga: 'me he aburrido de la Revolución Cubana, voy a hacer la revolución en otra parte'? Por otra parte, no dicen dónde ha ido y no se presenta. Si no hay ninguna divergencia, ¿por qué no se presenta? Todo el pueblo cubano comprende que hay una lucha enorme y que esta lucha no se ha terminado.

Guevara no estaba solo ni está solo. Si toman estas medidas contra Guevara es porque hay una gran tendencia, muy grande, que está de su parte. Y además de una tendencia muy grande, hay una enorme preocupación del pueblo.

Hace poco tiempo el gobierno cubano publicó un decreto bastante severo:  'es necesario restituir todas las armas al Estado'. En aquel momento la cuestión era un poco confusa, ahora está claro qué fin tenía esta resolución, era contra la tendencia Guevara. Tienen miedo de un levantamiento.”

Otro párrafo: “¿Por qué han hecho callar a Guevara? La Cuarta Internacional debe llevar adelante una campaña pública en ese sentido, exigiendo la aparición de Guevara, el derecho de Guevara a defenderse y discutir, a hacer apelación a las masas, a no fiarse de las medidas tomadas por el gobierno cubano, porque son medidas burocráticas y quizás de asesinos. Han eliminado a Guevara por callar su lucha, han hecho callar a Guevara. No obstante que su posición no fuese consecuente desde el punto de vista revolucionario, porque tendía hacia la armonización de sus posiciones en la tendencia revolucionaria.”

Y más adelante dice: “Esto demuestra, no la potencia de Guevara o de un grupo guevarista en Cuba, sino la madurez de las condiciones en el resto de los estados obreros para que en breve tiempo estas posiciones fructifiquen. No se engaña a la burocracia con maniobras y medidas de este género. La eliminación de Guevara significa para la burocracia la tentativa de liquidar una base de posible reagrupamiento de tendencias revolucionarias que continúan el desarrollo de la revolución mundial. Esta es la base de la liquidación de Guevara y no solo por el peligro que representa a Cuba, sino porque incluye el resto de la revolución latinoamericana.

Al lado de Cuba está Guatemala, al lado de Cuba está Guatemala con el programa de la revolución socialista y, no obstante, su fuerza y los discursos de su líder máximo Fidel Castro, no ha podido impedir que el Movimiento '13 de Noviembre' se transforme en un movimiento socialista revolucionario y que luche directamente por el socialismo.”

No es absolutamente casual, ni mucho menos, que este señor dirigente de la Cuarta Internacional, mencione aquí muy ufano el caso de Guatemala y del Movimiento “13 de Noviembre”, porque precisamente con relación a este movimiento el imperialismo yanki ha usado una de las tácticas más sutiles para liquidar un movimiento revolucionario, que fue filtrarle los agentes de la Cuarta Internacional, que —por ignorancia, por ignorancia política del dirigente principal de ese movimiento— lo hicieron adoptar nada menos que esa cosa desacreditada, esa cosa antihistórica, esa cosa fraudulenta que emana de elementos tan comprobadamente al servicio del imperialismo yanki, como es el programa de la Cuarta Internacional.

¿Cómo ocurrió esto? Yon Sosa era, sin duda, un oficial patriótico. Yon Sosa encabeza el movimiento de un grupo de oficiales del Ejército  —en cuyo aplastamiento, por cierto, participaron los mercenarios que después invadieron Girón—, y a través de un señor que era comerciante, que se encargó de la parte política del movimiento, la Cuarta Internacional se las arregló para que ese dirigente, ignorante de los problemas profundos de la política y de la historia del pensamiento revolucionario, le permitiera a ese agente del trotskismo —acerca del cual nosotros no tenemos la menor duda de que es un agente del imperialismo— que se encargara de redactar un periódico en el cual se copiaba “de cabo a rabo” el programa de la Cuarta Internacional.

Lo que la Cuarta Internacional cometió con eso fue un verdadero crimen, contra el movimiento revolucionario, para aislarlo del resto del pueblo, para aislarlo de las masas, al contagiarlo con las insensateces, el descrédito y la cosa repugnante y nauseabunda que hoy es en el campo de la política el trotskismo. Porque si en un tiempo el trotskismo representó una posición errónea, pero una posición dentro del campo de las ideas políticas, el trotskismo pasó a convertirse en los años sucesivos en un vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción.

De tal manera piensan estos señores que, por ejemplo, con relación a Viet Nam del Sur, donde un amplio frente revolucionario ha unido a la inmensa mayoría de la población a distintos sectores de la población, los ha unido estrechamente alrededor del movimiento de liberación en la lucha contra el imperialismo, para los trotskistas eso es absurdo, eso es contrarrevolucionario. Y esos señores llegan a la osadía, a la cosa insólita frente a los hechos y a las realidades de la historia y del movimiento revolucionario, a expresarse de esa forma.

Afortunadamente, en Guatemala el movimiento revolucionario se salva. Y se salva gracias a la clara visión de uno de los oficiales que junto con Sosa había iniciado el movimiento revolucionario y que comprendiendo aquella insensatez, aquella estupidez, se separa del Movimiento “13 de Noviembre” y con otros sectores progresistas y revolucionarios organiza las Fuerzas Armadas Rebeldes de Guatemala. Y ese oficial joven que tuvo tan clara visión de la situación es quien ha representado al movimiento revolucionario de Guatemala en esta conferencia, el Comandante Turcios.

El Comandante Turcios tiene en su haber el mérito no solo de haber sido uno de los abanderados de la lucha armada por la liberación de su pueblo oprimido, sino el mérito de haber salvado al movimiento revolucionario guatemalteco de una de las estratagemas más sutiles y más pérfidas del imperialismo yanki, y levantar las banderas revolucionarias de Guatemala y de su movimiento antimperialista, rescatándolas de las manos sucias de estos mercenarios al servicio del imperialismo yanki.

Y tenemos la esperanza de que Yon Sosa, cuyas intenciones patrióticas al iniciar la lucha, nadie duda, y cuya condición de hombre honrado nadie duda —a la vez que sí tenemos muy serias razones para dudar de su actitud como dirigente revolucionario—, no tarde mucho en desentenderse de esos elementos y vuelva a unirse al movimiento revolucionario de Guatemala, pero ya esta vez bajo otra dirección, bajo otra guía que sí demostró, en momentos como esos, claridad de visión y actitud de dirigente revolucionario.

Esta posición de los trotskistas es la misma que adoptaron todos los periódicos y agencias publicitarias del imperialismo yanki, la misma con relación al caso del compañero Ernesto Guevara; toda la prensa imperialista de Estados Unidos, sus agencias cablegráficas, la prensa de los contrarrevolucionarios cubanos, la prensa burguesa en todo el continente y en el resto del mundo.  Es decir, que esta campaña de calumnia y de intriga contra la Cuba revolucionaria en relación al caso del compañero Guevara, hizo coincidir de una manera exacta a todos los sectores reaccionarios imperialistas, burgueses, a todos los calumniadores y a todos los intrigantes contra la Revolución Cubana.

Porque es incuestionable que solo a la reacción y solo al imperialismo les puede interesar desacreditar a la Revolución Cubana, destruir la confianza de los movimientos revolucionarios en la Revolución Cubana, destruir la confianza de los pueblos de América Latina en la Revolución Cubana, destruir su fe.

Y por eso no han vacilado en el empleo de las armas más sucias y más indecentes.

Este mismo señor Gilly, que de vez en cuando posa entre otros intelectuales norteamericanos en la revista “Monthly Review” de Estados Unidos, tuvo la villanía de escribir el siguiente párrafo, que vale la pena analizar, con relación a la crisis de Santo Domingo. Dijo así:

“Un punto culminante de esta crisis tiene que haber sido la revolución dominicana, donde el Estado obrero cubano quedó paralizado por su propia política, sin apoyar abiertamente a la revolución, mientras en Cuba había una tremenda presión interior para una política de apoyo activo. Si la crisis era muy anterior a Santo Domingo, indudablemente Santo Domingo precipitó la revolución.”

Este señor tiene la villanía de acusar a la Revolución Cubana de no haber dado un apoyo activo a la revolución dominicana. Y mientras los imperialistas acusaban a Cuba, mientras los imperialistas trataban de pretextar su intervención diciendo que elementos izquierdistas y comunistas, entrenados en Cuba, estaban allí al frente del levantamiento, mientras el imperialismo acusaba a Cuba y presentaba a la revolución dominicana, no como un problema interno, sino como un problema externo, este señor acusa a la Revolución de no haber dado un apoyo activo.

¿Y qué se entiende por apoyo activo? ¿Acaso se pretendía que Cuba, cuyas armas, cuyos recursos se sabe cuáles son sus características, podía impedir y debía impedir el desembarco de las tropas norteamericanas en Santo Domingo? Tiene Cuba armas para defenderse a sí misma y en una correlación infinitamente inferior a los imperialistas, armas defensivas.

Y son tan miserables estos señores, tan desvergonzados, que intentan responsabilizar a Cuba de no haber impedido...  Porque ¿qué otra cosa quiere decir apoyo activo? Porque todo cuanto Cuba podía hacer dentro de aquellas circunstancias, todo cuanto Cuba podía hacer y debía hacer, lo hizo. Y pedirle a Cuba que impidiera el desembarco es como pedirle a Cambodia, en el sudeste de Asia, que impida los bombardeos a Viet Nam del Norte y que impida la ocupación, por la infantería de marina yanki, de Viet Nam del Sur.

Desgraciadamente, las fuerzas de Cuba son limitadas. Pero en la medida de esas fuerzas, y de la manera más óptima posible, y de la manera más decidida, a la vez que más adecuada a las circunstancias, presta y prestará a la revolución su máximo apoyo.

A aquellos que crean que este país teme a los imperialistas, a aquellos que creen —con espíritu de superioridad o con insolente delirio de superioridad sobre nadie— que este país teme a los imperialistas, bien les valdría haber vivido unas horas aquí en este país, cuando la Crisis de Octubre, y cuando por primera vez un pueblo pequeño como este, se vio amenazado con una andanada masiva de cohetes nucleares sobre su territorio, la actitud que tuvo este pueblo y la actitud que tuvo el Gobierno Revolucionario.

Muchas tonterías, muchas tonterías y muchas boberías se escriben, y sobre todo se escriben por los irresponsables, cuando ciertos documentos no pueden ser dados a la luz; pero algún día la humanidad sabrá y algún día la humanidad reconocerá todos los hechos. Será ese día cuando los miserables vean que no hubo ningún compañero Guevara asesinado, cuando se conozca con lujo de detalles cada uno de sus pasos, cuando se conozca igualmente cuál fue la posición de Cuba en aquellos días difíciles, y cuál fue la serenidad de este pueblo; cuando se comprenda, no habrá nadie, por insolente que sea, por provocador que sea, que se atreva a poner en duda el sentimiento de solidaridad de este pueblo y el valor de este pueblo. Valor que lo demuestra el hecho de su conducta. No obstante ser este un país que está a 90 millas de la metrópolis imperialista, sobre cuya cabeza en los años venideros pesarán enormes peligros, en la misma medida en que el movimiento revolucionario crezca, movimiento revolucionario que crece sobre todo a partir del ejemplo de la Revolución Cubana, movimiento revolucionario que crece, que se agiganta, por el ejemplo de Cuba, por las victorias de Cuba, por la posición de Cuba frente al enemigo.

Y hay que tener en cuenta que cuando este país desafía ese peligro, este no es un país que posea millones de hombres sobre las armas, este no es un país que posea armas termonucleares, porque aquí nuestros cohetes son morales; y el número de millones no es lo infinito, el número de hombres no es lo infinito, sino la dignidad y el decoro de este pueblo.

Y serán los años venideros los que hablen por nosotros, y serán los años venideros quienes se encarguen de aplastar a los calumniadores: no a estos, que son agentes conocidos de los imperialistas, sino a los confusos, a los intrigantes, a quienes se dejan intrigar y sirven de instrumento a las mentiras contra nuestra Revolución.

domingo, 13 de noviembre de 2016

La fraternité y la gente


"Europa se despertó sobresaltada de su modorra burguesa. Así, en la mente de los proletarios, que confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la imaginación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las clases o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burguesas excluidas hasta allí del poder, la dominación de la burguesía había quedado abolida con la implantación de la República. Todos los monárquicos se convirtieron, por aquel entonces, en republicanos y todos los millonarios de París en obreros. La frase que correspondía a esta imaginaria abolición de las relaciones de clase era la fraternité, la confraternizacion y la fraternidad universales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, esto de elevarse en alas de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité fue, de hecho, la consigna de la revolución de Febrero. Las clases estaban separadas por un simple equívoco, y Lamartine bautizó al Gobierno provisional, el 24 de febrero, de «un gouvernement qui suspend ce malentendu terrible qui existe entre les différentes classes» [un gobierno que acaba con ese equívoco terrible que existe entre las diversas clases]. El proletariado de París se dejó llevar con deleite por esta borrachera generosa de fraternidad."

Karl Marx - Las luchas de clases en Francia (1848-1850)


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Comentario: En las revoluciones burguesas del siglo XIX era la "fraternité" lo que escondía la lucha de clases, el ilusorio "hemanamiento" entre clases antagónicas lo que que servía para ocultar, en manos de la pequeña y gran burguesía, las contradicciones del capitalismo y frenar las aspiraciones y la lucha del proletariado por sus propios intereses de clase. La "fraternité" de entonces se ha convertido, con idéntico propósito, en la "gente" de hoy, ese amorfo concepto esgrimido habitualmente en estos últimos años por todos los partidos políticos de ideologías supuestamente contrarias, o de supuesta no-ideología, que tanto pactan como se pelean por defender o conseguir sus propias cuotas de poder individual en las instituciones de la "democracia" burguesa.

La "gente" bailando la conga por la "fraternité"

miércoles, 25 de mayo de 2016

DESCONFIAR DE LA ESPERANZA



Esta reflexión puntual se inspira en la lectura del último ensayo de Terry Eagleton, Esperanza sin optimismo (Taurus, México, 2016). No es una reseña ni pretende dar cuenta del libro sino poner en tela de juicio el sentido y el alcance político de la noción de esperanza que, en tiempos recientes, ha sido recuperada y colocada en el centro de más de un proyecto partidario en distintas latitudes.

Eagleton, con el humor y la erudición que le son propios, haciendo gala de sus conocimientos literarios, filosóficos y teológicos, desecha el concepto de optimismo y rescata una perspectiva centrada en la esperanza, no sin arreglar cuentas con Ernst Bloch, el filósofo de la esperanza vuelta principio. En medio de su interesante y aguda disertación sobre el tema, es notable y sintomática la ausencia de una evaluación política del concepto. El autor liquida la tensión optimismo-pesimismo de Gramsci en medio párrafo y se refiere a Marx en términos de filosofía de la historia y no al Marx y al marxismo políticos. No obstante, la cuestión vuelve por la ventana y al final del libro, Eagleton se pronuncia contra la “ficción terapéutica” de que “siempre hay oportunidades revolucionarias” (200) y se consuela con la idea de que aun cuando “la justicia no se imponga al final, una vida dedicada a su búsqueda sigue siendo digna de encomio” (201). Otra forma de argumentar el valor de la esperanza sin optimismo.

La cuestión más problemática y polémica relacionada con la defensa y la exaltación del principio esperanza es no sólo política en general sino ligada a la acción política en particular. La noción de esperanza tiene una evidente pendiente pasiva y desmovilizadora originada tanto en su anclaje en la tradición cristiana, de la mano de la fe y la caridad, como en su etimología latina vinculada a la espera, a la confianza, a la fe en lo que vendrá. La palabra inglesa hope tiene igualmente un origen religioso y es definida por Eagleton como “deseo más expectativa” (98). Evoca e implica una actitud contemplativa, ligada a la posible y deseada llegada de un evento emancipador o de un mesías salvador. Sorprendentemente, Eagleton se plantea sólo de paso esa cuestión central, preguntándose si la noción de esperanza tiene un aspecto pasivo y si su opuesto es “la pura autodeterminación” (112), pero sigue inmediatamente, y sin sobresaltos, en su elogio de la esperanza, remarcando que tiene la virtud de que “nos recuerda lo que rehúsa nuestro dominio”; es decir, resulta portadora de humildad (113). Ni una mención a la política, al conflicto y a la lucha.

No se requieren grandes digresiones para sostener que, a contrapelo del razonamiento filosófico de Eagleton y aun asumiendo la incertidumbre respecto a los fines y los medios políticos, no podemos prescindir, ni menos privarnos voluntariamente, de un principio de activación política y relegarnos en una actitud contemplativa, eventualmente fatalista, sin duda despolitizadora y desmovilizadora donde, como dice el refrán popular: la esperanza muere al último.

No por nada desde una perspectiva marxista, incluso en nuestros tiempos desesperanzadores, se reacciona reivindicando e impulsando posturas y actitudes centradas en la lucha, en el antagonismo y en el anticapitalismo, como formas activas, si se quiere, de esperanza militante y combativa, pues hay que desconfiar de una esperanza sin adjetivos y sin sujeto.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Origen y auge de las lumpenburguesías latinoamericanas

Elites económicas y decadencia sistémica [1]
Por Jorge Beinstein / LaHaine


A raíz de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.

Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por más a costa de las víctimas pero también, si es necesario, de sus competidores. La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso destructivo.

Si estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la propia derecha [2]. Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales domina el escenario.

En la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.

El concepto de lumpenburguesía

Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera señalando que “en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía, desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa” [3]. La aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada” [4]. Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia, navegando entre la usura y el saqueo, aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera” [5].

Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea, instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez” [6].

Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de una componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas como por ejemplo las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban producir desastres, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez mas fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.

El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera vez hacia fines de los años 1950 a través de algunos textos de “Ernest Germain”, seudónimo empleado por Ernest Mandel, haciendo referencia a la burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías latinoamericanas [7]. Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías centrales: estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas (burguesías degradadas).

Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus componentes principales, los productos financieros derivados equivalían a unas dos veces el Producto Bruto Mundial en el 2000 y representaban en 2008 unas 12 veces el Producto Bruto Mundial, por su parte la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la naturaleza de la elites económicas del planeta, la desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).

Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad, los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante. Escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde por ejemplo el Deustche Bank acumula actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros derivados [8], papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea, del otro lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares [9], equivalentes a 3,4 veces veces el Producto Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del muy probable desplome de esa masa de papeles, mientras tanto los grandes lobos de Wal Street juegan alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.

América Latina

América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las elites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la “modernización” regional (es decir su integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes “oligarquías” seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa” en pequeños países casi sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas, advenedizos no completamente admitidos por las viejas elites hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.

En torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacía lo propio con el sector financiero, al mismo tiempo se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes la “nacionalización” de una porción significativa de las elites dominantes con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.

Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos rodeados a su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico, pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un gran grupo mediático. Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de las elites pero que si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden el camino del descenso.

Aunque cuando estudiamos a esas elites rápidamente descubrimos que su dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación, un negocio inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etc., por su parte para llegar a los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etc. y ser exitoso en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.

A comienzos del siglo XX la elites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales industrializados, en aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante [10]. Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las elites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente desplazadas perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones. Por su parte Estados Unidos, en retroceso geopolítico global, acentuó sus presiones sobre la región intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados como en Brasil o Venezuela o derrocados como en Paraguay o Argentina, Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial), pero no es así; en realidad estamos ingresando en una nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra.

Las éĺites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.
 


1 Este texto ha sido publicado en el número 6 de la revista Maiz, Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación – Universidad Nacional de La Plata, Argentina, Mayo de 2016.

2 Jorge Beinstein, "Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América Latina" http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507

3 Carlos Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Carlos Marx-Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial Progreso, Moscú 1966.

4 Ibid.

5 Ibid.

6 Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.

7 Andre Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”, Colección Cuadernos de América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1970.

8 Tyler Durden, "Is Deutsche Bank The Next Lehman?", Zero Hedge, http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman

9 Michael Snyder, "Financial Armageddon Approaches", INFOWARS, http://www.infowars.com/financial-armageddon-approaches-u-s-banks-have-247-tril ion-dol ars-of-exposure-to-derivatives/

10 " La inversión de las naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera". Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H., "Historia contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX", Ed. Grijalbo. 4a. edición, España, 1996.

martes, 3 de mayo de 2016

SÓLO LA UNIDAD DE CLASE DERROTARÁ A LA REPRESIÓN

Por Marat

En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.

Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.

Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.



Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.

Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.

Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.

Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minireformistas vendedores de crecepelo para calvos.

El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.

La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de seguridad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, se pretende instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.

Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que “Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)

Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.

En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.

Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.

En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.

Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos para presos y no presos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.

La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.

Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.

Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.

En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.

En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos

Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.

Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.

Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.

Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.

Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.

Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).

La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban el mercado).

Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.

No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. La reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma muro luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.

De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.

Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismas y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es encadenada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.

En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  •  Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en su condición policial y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  •  Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.

 “En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.”
Por Marat
En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.
Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
- See more at: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2016/05/solo-la-unidad-de-clase-derrotara-la.html#sthash.4XeniaZO.dpuf
Por Marat
En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.
Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.
Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.
Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.
Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minireformistas vendedores de crecepelo para calvos.
El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, se pretende instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.
Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)
Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.
En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.
En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.
Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos para presos y no presos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.
La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.
Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.
En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.
En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos
Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.
Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.
Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).
La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban el mercado).
Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.
No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. La reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma muro luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.
De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.
Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismas y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es encadenada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.
En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  • Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en su condición policial y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  • Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.
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Por Marat
En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.
Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.
Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.
Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.
Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minireformistas vendedores de crecepelo para calvos.
El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, se pretende instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.
Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)
Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.
En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.
En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.
Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos para presos y no presos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.
La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.
Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.
En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.
En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos
Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.
Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.
Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).
La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban el mercado).
Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.
No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. La reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma muro luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.
De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.
Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismas y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es encadenada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.
En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  • Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en su condición policial y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  • Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.”
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Por Marat
En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.
Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.
Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.
Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.
Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minireformistas vendedores de crecepelo para calvos.
El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, se pretende instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.
Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)
Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.
En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.
En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.
Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos para presos y no presos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.
La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.
Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.
En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.
En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos
Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.
Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.
Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).
La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban el mercado).
Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.
No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. La reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma muro luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.
De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.
Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismas y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es encadenada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.
En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  • Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en su condición policial y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  • Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.
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